Cuando sucede un evento “trágico” las explicaciones son obstinadamente las mismas: “fue el destino” (que además “está escrito” en algún inaccesible sitio), “tenía que pasar”, “y bueno… que se le va a hacer”. Una serie de argumentos de similar tenor que silencian temporalmente las voces de la muerte, las cuales nos vienen a recordar insistentemente nuestra finitud. Los diálogos sobre el tema se inician frecuentemente con la frase “¿viste lo que pasó?”, y a continuación cada interlocutor le agrega una pincelada más de morbo al terrible acontecimiento. Sin embargo al día siguiente queda olvidado, sepultado bajo el maremágnum de noticias que los medios denominan con el pretencioso rótulo de “La actualidad”.
El diccionario nos recuerda una lista de palabras asociadas semánticamente al término “tragedia”, veamos… catástrofe, desastre, desgracia, infortunio, desdicha, fatalidad, siniestro, adversidad. Este pequeño inventario de conceptos pone en evidencia que las decisiones humanas no cuentan en las tragedias. Es decir, la voluntad, el albedrio, la capacidad de decisión están ausentes. Parece que alguna fuerza natural, sobrenatural o extrahumana digita los hechos, y a los hombres solo nos queda el papel de espectadores de una obra teatral escrita por un autor que nunca muestra su rostro. Nada se puede hacer, solo aceptar resignadamente el inexorable curso de la fortuna.
Detengámonos ahora en una de las expresiones de las “tragedias” que esta sociedad incluye dentro del rubro “accidentes de tránsito”. De igual manera se explican con la lógica planteada anteriormente, o a lo sumo, las causas se atribuyen a que “las rutas no están preparadas” y expresiones por el estilo, tan erosionadas por su uso acrítico, que nadie se toma el trabajo de preguntarse al menos: ¿preparadas para qué? Los “accidentólogos” vocacionales, que abundan tras estas noticias, nos dicen con convicción que en ciertos países de Europa o Estados Unidos “esto no pasa”, cerrando el diálogo con el inevitable colofón: “y viste… ¡estamos en Argentina!”.
Según las estadísticas oficiales mueren en estas pampas entre 27 y 33 personas por día, y la cifra de heridos es exponencialmente mayor (digamos de paso que el engañoso eufemismo “heridos” incluye mutilaciones y discapacidades permanentes como la cuadriplejia por ejemplo). Según el periódico Le Monde diplomatique “Todos los meses se producen en el país tres ‘Cromañón’ por siniestros de tránsito” (agosto de 2006). Es un lento “suicidio colectivo”, como lo ha denominado la Defensoría del Pueblo, que pide declarar a la Argentina en “emergencia vial”. La Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que mueren al año en el mundo 1,2 millones de personas y hasta 50 millones sufren heridas por choques en la vía pública. Diversos organismos internacionales dedicados a la salud han eliminado la palabra “accidente” del vocabulario vial, ya que los “accidentes no son impredecibles.” (British Medical Journal, junio de 2001).
Más allá de las estadísticas, que aportan datos valiosos a expensas de desdibujar lo humano, pensemos que esta problemática es otra arista en la que se manifiesta la desigualdad social. Frente a una colisión el más débil (el peatón o el ciclista) siempre es el más perjudicado. Nos animamos a decir que en todos los casos es una cuestión de desigualdad de poderes: si una 4x4 impacta contra un vehículo común las posibilidades de supervivencia son mayores para el conductor del primer rodado. Nunca la prensa sensacionalista publicó un titular con el siguiente contenido: “Ciclista atropella camión Scania y mata a su conductor”. Es innecesario abundar en esta línea de razonamiento por su obviedad, es tan “obvio” que nunca se cuestiona.Entonces, si nadie pude negar que los autos matan gente a diario, ¿por qué no pensar en prohibirlos? La medida afectaría a un porcentaje mínimo de la población mundial y beneficiaría a la gran mayoría. Seguramente ante la propuesta se levantarán voces escandalizadas, principalmente de los sectores que no tienen vehículos y ¡nunca los tendrán! Otras de las tantas paradojas de nuestro mundo. ¿Es más importante la vida humana o el confort de un sector minúsculo de la humanidad? Profundicemos un poco más: la industria de los automóviles es una de las más contaminantes, a esto le podemos sumar los combustibles, la contaminación auditiva, las muertes causadas por los robos, los negocios ilegales de las autopartes, y la lista sigue. La “inseguridad” encabeza la agenda de los medios, pero cabe preguntarse ¿hay algo más “inseguro” que el tránsito? ¡Mata más personas que las guerras!
Luego de ver el problema desde esta perspectiva, ¿podemos seguir creyendo que el “destino” se “ensaña” con nosotros? Lamentablemente continuamos tapando el sol con un dedo, y lo que es peor, hay una multitud dispuesta a creer que realmente está nublado.
El diccionario nos recuerda una lista de palabras asociadas semánticamente al término “tragedia”, veamos… catástrofe, desastre, desgracia, infortunio, desdicha, fatalidad, siniestro, adversidad. Este pequeño inventario de conceptos pone en evidencia que las decisiones humanas no cuentan en las tragedias. Es decir, la voluntad, el albedrio, la capacidad de decisión están ausentes. Parece que alguna fuerza natural, sobrenatural o extrahumana digita los hechos, y a los hombres solo nos queda el papel de espectadores de una obra teatral escrita por un autor que nunca muestra su rostro. Nada se puede hacer, solo aceptar resignadamente el inexorable curso de la fortuna.
Detengámonos ahora en una de las expresiones de las “tragedias” que esta sociedad incluye dentro del rubro “accidentes de tránsito”. De igual manera se explican con la lógica planteada anteriormente, o a lo sumo, las causas se atribuyen a que “las rutas no están preparadas” y expresiones por el estilo, tan erosionadas por su uso acrítico, que nadie se toma el trabajo de preguntarse al menos: ¿preparadas para qué? Los “accidentólogos” vocacionales, que abundan tras estas noticias, nos dicen con convicción que en ciertos países de Europa o Estados Unidos “esto no pasa”, cerrando el diálogo con el inevitable colofón: “y viste… ¡estamos en Argentina!”.
Según las estadísticas oficiales mueren en estas pampas entre 27 y 33 personas por día, y la cifra de heridos es exponencialmente mayor (digamos de paso que el engañoso eufemismo “heridos” incluye mutilaciones y discapacidades permanentes como la cuadriplejia por ejemplo). Según el periódico Le Monde diplomatique “Todos los meses se producen en el país tres ‘Cromañón’ por siniestros de tránsito” (agosto de 2006). Es un lento “suicidio colectivo”, como lo ha denominado la Defensoría del Pueblo, que pide declarar a la Argentina en “emergencia vial”. La Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que mueren al año en el mundo 1,2 millones de personas y hasta 50 millones sufren heridas por choques en la vía pública. Diversos organismos internacionales dedicados a la salud han eliminado la palabra “accidente” del vocabulario vial, ya que los “accidentes no son impredecibles.” (British Medical Journal, junio de 2001).
Más allá de las estadísticas, que aportan datos valiosos a expensas de desdibujar lo humano, pensemos que esta problemática es otra arista en la que se manifiesta la desigualdad social. Frente a una colisión el más débil (el peatón o el ciclista) siempre es el más perjudicado. Nos animamos a decir que en todos los casos es una cuestión de desigualdad de poderes: si una 4x4 impacta contra un vehículo común las posibilidades de supervivencia son mayores para el conductor del primer rodado. Nunca la prensa sensacionalista publicó un titular con el siguiente contenido: “Ciclista atropella camión Scania y mata a su conductor”. Es innecesario abundar en esta línea de razonamiento por su obviedad, es tan “obvio” que nunca se cuestiona.Entonces, si nadie pude negar que los autos matan gente a diario, ¿por qué no pensar en prohibirlos? La medida afectaría a un porcentaje mínimo de la población mundial y beneficiaría a la gran mayoría. Seguramente ante la propuesta se levantarán voces escandalizadas, principalmente de los sectores que no tienen vehículos y ¡nunca los tendrán! Otras de las tantas paradojas de nuestro mundo. ¿Es más importante la vida humana o el confort de un sector minúsculo de la humanidad? Profundicemos un poco más: la industria de los automóviles es una de las más contaminantes, a esto le podemos sumar los combustibles, la contaminación auditiva, las muertes causadas por los robos, los negocios ilegales de las autopartes, y la lista sigue. La “inseguridad” encabeza la agenda de los medios, pero cabe preguntarse ¿hay algo más “inseguro” que el tránsito? ¡Mata más personas que las guerras!
Luego de ver el problema desde esta perspectiva, ¿podemos seguir creyendo que el “destino” se “ensaña” con nosotros? Lamentablemente continuamos tapando el sol con un dedo, y lo que es peor, hay una multitud dispuesta a creer que realmente está nublado.
Lisandro Illich (lisandroillich@gmail.com)